
Desde que naces parece como si el destino te persiguiera en una carrera sin fin, llena de obstáculos, de suposiciones e incertidumbres. Y no se sabe quien es el perseguidor y quien es el perseguido, si tu persigues a tu destino o tu destino te persigue a ti.
Lo cierto es que desde que naces parece que tienes una vida predeterminada, y pocos son los que se permiten mirar más allá de donde alcanza tu vista a ver. Y se persigue la calma, la estabilidad, la seguridad laboral, económica y afectiva. Y vivimos como si todo lo que nos rodea nos perteneciera, como si la realidad fuera la que ven nuestros ojos, y con la omnipotencia de pensar que como si fuéramos dioses de carne y hueso, todo acabará cuando hayamos muerto.
Incapaces de aceptar la duda, la incertidumbre y el sufrimiento. Y has de perseguir la felicidad, ser feliz o al menos parecerlo. Porque si no nos formas parte de este grupo, y serás rechazado, excluido, te llamarán loco, tal vez bohemio, soñador de otros mundos.
La vida es corta, a veces gris, a veces rosa. La realidad no existe, el mundo no te pertenece, tú le perteneces a él, solo eres un conjunto de células con vida independiente y finita. Y vivimos entre el dolor y el placer, entre la tempestad y la calma, entre la suposición y la incertidumbre.
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